Comentario
El Bayan dice, de una forma algo enigmática, que a partir del 267/880 los asuntos de husun (castillos) construidos en estas regiones tomaron un mal camino. Tal vez se tratara del comienzo de la disidencia de Ibn Hafsun que empezaba en este momento. Entre los responsables de esta agitación figuraban también los árabes Banu Rifaa de Alhama que fueron obligados a instalarse en la planicie de Málaga, en el año 269-270/882-883, tras una expedición militar.
Sin embargo, los acontecimientos se sucedieron rápidamente en esta región y los que aparecieron entonces en primer plano en al-Andalus fueron los elementos muladíes y mozárabes. El papel determinante lo desempeña el célebre lbn Hafsun cuya personalidad ha sido particularmente debatida. Nacido en una acomodada familia muladí de la región de Málaga, obligado a vivir como maquis a consecuencia de un asesinato, aprovechó las revueltas que estallaban por todo el país para agrupar a su alrededor, a partir del 880, cada vez más partidarios. Desde las fortificaciones de Bobastro -lugar que no se puede identificar, como se suele hacer tradicionalmente, con las Mesas de Villaverde- se alzó como defensor de los indígenas contra la opresión que, según denunciaba, les imponían los árabes y el poder. Los textos árabes evocan que buena parte de las poblaciones de las zonas rurales y montañosas de la región de Málaga donde vivían numerosos cristianos y muladíes se adhirió a su acción. Teniendo las circunstancias a su favor, la revuelta se extendió rápidamente mucho más allá de su foco inicial. La determinación del emir al-Mundhir, que sucedió a su padre Muhammad en el 886, pareció a punto de reducir la disidencia, pero su muerte dos años más tarde permitió a lbn Hafsun recuperarse durante el reinado del emir Abd Allah (888-912), que no tenía ni la energía ni las capacidades militares de su hermano y predecesor.
En el apogeo de su poder, hacia el 890, lbn Hafsun controlaba directamente toda la zona montañosa situada entre el mar y el valle del Guadalquivir. Incluso extendió su autoridad a ciudades de la planicie como Écija, que sólo está a unos cincuenta kilómetros de Córdoba. Varios jefes muladíes de las regiones vecinas, sobre todo en la provincia de Jaén y hasta la lejana Tudmir, reconocieron más o menos su supremacía. Entre ellos, Ibn al-Shaliya, el jefe de Somontín, con cuya hija se casó. Estableció alianzas de conveniencia con jefes árabes como los Banu Hayyay de Sevilla, envió una embajada a los Aghlabíes de Qairawan para pedirles que le consiguieran el reconocimiento del califato abasí, y reconoció después sucesivamente la soberanía de un príncipe idrisí de Marruecos, luego la del califato shií de Qairawan, con el objeto de poner en entredicho la autoridad omeya. No tenía, casi con seguridad, ningún programa político-religioso preciso, pero hay que admitir que, a sus ojos, la tradición cristiana de parte de las poblaciones indígenas tenía su peso ya que, en el 899, renegó del Islam para volver al cristianismo de sus antepasados.
Esta revuelta fue, con mucho, la más peligrosa a la que tuvo que hacer frente el emir Abd Allah. Durante su reinado, las ambiciones del poder cordobés se redujeron a intentar reprimir las revueltas que estallaban por todas partes en el sur del país. Al-Mundhir que, en años anteriores, había llevado varias expediciones a las fronteras septentrionales de al-Andalus, había dedicado ya el corto período de su gobierno a intentar desesperadamente acabar con la amenaza más grave con que se enfrentó el poder omeya, la de Ibn Hafsun. No logró impedir que se multiplicaran los focos de disturbios. En Elvira, por ejemplo, los conflictos entre árabes qaysíes y muladíes habían estallado desde antes del acceso al poder de Abd Allah. Parece haber favorecido la ampliación catastrófica de las disidencias -que evidentemente no podemos detallar- la ruptura provocada por el cambio de emir, sobre todo en las condiciones dudosas en las que tuvo lugar, ya que se sospechaba que Abd Allah había envenenado a su hermano.